28 de agosto de 2012

De frente a frente con Álvaro Uribe

Fotografía: José Torres - El Heraldo
“A las 2 de la tarde vas a entrevistar a Álvaro Uribe”. Mi jefe fue claro y no había marcha atrás, guardando lógicamente esa duda que nos ataca a todos los periodistas entre confirmaciones de citas con personajes por teléfono y lo que pueda ocurrir antes de llegar al lugar pactado. De entrada no podía creer que iba a estar de frente a, quizá, la persona que más he criticado en mi Twitter, y del cual, como Presidente y ahora como expresidente, nunca he tenido un buen concepto.

En el periodismo, las opiniones y clasificaciones a tus entrevistados se hacen a un lado cuando pones el micrófono, enciendes la grabadora o prendes la cámara: todos son iguales y a todos hay que tratarlos como tal. Lo que no esperaba era que el día en que fuera a conocer a Álvaro Uribe Vélez tuviera la oportunidad de, por lo menos, hacerle una pequeña pregunta.

“Pasen a la sala de juntas. El Presidente viene en momentos”. Uno de los integrantes de su implacable anillo de seguridad  mencionó lo que me generó un poco de confusión: ¿Presidente? Sí. El círculo cercano a Uribe todavía lo trata de “Presidente”, dándole ese status de respeto al exjefe de Estado, el primero que desde la Constitución de 1991 ha sido reelegido inmediatamente y, hoy por hoy, el que más goza de popularidad en el pueblo colombiano.

¿Qué se le pregunta al expresidente más influyente, para bien o para mal, en la política actual del país? El tema de las negociaciones entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc estaba de primero en el cuestionario de Óscar Montes y Rosario Borrero, jefes de redacción del diario EL HERALDO, y por supuesto en mi libretica de apuntes. ¿Y el General (r) Santoyo? ¿Y su relación con Santos? ¿Y Chávez? ¿Alcanzará el tiempo? Nadie sabía nada. Todo, con total silencio, se paseaba por las mentes de los presentes.

“Pedimos perdón, ya el Presidente viene. Ustedes saben cómo es la gente que quiere acercársele”. Una de las asesoras, de las de más entera confianza de Uribe, nos comentaba que terminaba un almuerzo con más de 300 personas en el gran salón del Hotel Dann Carlton, en el norte de Barranquilla. “Teníamos presupuestado 70 empresarios, pero ustedes saben que con el Presidente todos quieren venir y no esperábamos esta cifra”, mencionaba de manera jocosa, casi que acostumbrada, imagino, a este tipo de situaciones.

La organizada algarabía se escuchaba más y más. Uribe irrumpió en la sala de juntas donde nos encontrábamos, vestido de blanco, con sus tradicionales lentes, y esa mirada a la que he estado acostumbrado a ver desde el 2001 cuando inició la carrera por ocupar el cargo más importante de la República. Estaba cansado, se le notaba. Saludó a los presentes y se sentó sosteniendo su iPad con un par de audífonos conectados luego de una fallida llamada en Skype. “Esta agenda es muy apretada para un abuelito como yo”, decía mientras sonreía.

“Procuren hacerme preguntas cerradas, ustedes saben que yo hablo mucho. Prefiero responder muchas preguntas cerradas a responder abiertas. Me demoro más”. El olfato de todo periodista nos hace caer que ese tipo de opiniones las lanzan los entrevistados para que hagamos lo contrario a lo que expresan, y más si se trata de alguien que a diario mantiene su cuenta de Twitter como un verdadero periódico virtual en el que escribe y escribe sin dejar títere sin cabeza. Alguien que habla por sí solo. No titubeó, no espabiló, no pensó, no se detuvo. Su mirada fue directa. No de esas que intimidan, sino de las que te dicen “Déjenme contarles algo”.

Sus respuestas fueron cortas, algunas no tanto. Utilizó el espacio para mencionar todo aquello que los medios han registrado en las últimas semanas. Su aspecto cambia cuando le mencionas a Juan Manuel Santos. Pasa de estar recostado en una silla a ponerse recto cuando escucha su nombre. No es odio lo que siente por él. Se siente traicionado al ver cómo, según nos contó, “Santos fue elegido con una plataforma, y gobierna con otra”, y mientras lo menciona frunce el ceño, como arrepentido y dolido. Diría yo, sorprendido. 

Golpea la mesa un par de veces, pero sus movimientos no concordaron con lo que decía. No habló con odios, expuso sus puntos de vista. Me sentía muy raro al ver que el hombre que por mucho tiempo me generaba fastidio al ver sus declaraciones en los medios, no lograba ni indignarme al estar de frente. No sé si era efecto del profesionalismo que debemos, como periodistas, tener al momento de entrevistar a personajes que no son de nuestro completo agrado.

Con varias preguntas por hacer, Uribe se retira del recinto para continuar su “agenda de abuelito”, despidiéndose de manos y recordando su relación estrecha con EL HERALDO desde los inicios de su carrera política. Así como llegó, así se fue. Bastó con que saliera de la sala de juntas para escuchar, de nuevo, la algarabía organizada de personas esperando a saludarlo, y a muchos que querían tomarse una foto con él.

Sigo pensando en que su arrogancia y esas ganas de dividir y polarizar son armas que utiliza casi que a diario desde el 7 de agosto de 2010. Eso sí, nadie puede negar que Colombia lo sigue viendo como aquél personaje de 1 y sesenta y tantos centímetros que decidió, a toda costa, conseguir lo que se propuso para recoger lo que hoy obtiene, y que el hecho de no compartir opiniones y ser su opositor no me impide destacarlo: el cariño y los cientos de flashes de cámaras de personas que todavía lo ven como Presidente.


2 comentarios:

  1. Muy buen post.. Pero ceeo que todavía puedes escribir más sobre lo que sentías y cada pensamiento contradictorio sobre alguna frase que hiciera.. Fañta tela por cortar

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  2. Muy interesante que compartas la experiencia de haberlo tenido cerca, concuerdo con el comentario anterior aun hay telar que cortar ya que al final no dijiste que le preguntaste a Uribe, saludos

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