25 de noviembre de 2011

Cuando me enamoré de Britney Spears



1998 pasaba. Estaba en 3er grado de primaria y las boy bands invadían las pantallas de los televisores. Todos cantando la misma canción, todos bailando al mismo son. Estaba en casa de mi abuela, lo recuerdo perfectamente. No teníamos televisión por cable en mi casa (cosa que no me importaba casi porque no era consumidor de la pantalla chica) y justo ese día descubrí, entre muchos canales, la gran vía de expresión de los jóvenes de mi generación: MTV.

Todo se veía fantástico: un mundo donde te conectabas con la fantasía, muchos colores, sonidos, oscuridad y nada de realities insulsos y vacíos. Luego de un comercial extraño, la tv mostró en primer plano los pies de mucha gente, pupitres escolares, faldas hasta la rodilla, un lápiz entre los dedos, una profesora nada agradable, y una mirada de una estudiante de escuela mirando fijamente el reloj para escapar de clases: era Britney Spears.

No se si fue el piano o el beat electrónico suave. Mis ojos durante 3 minutos presenciaron el inicio de una nueva era del pop mundial y a la vez la transformación de la palabra “show” en el mundo del espectáculo. “…Baby one more time” es, sin dudas, la canción ícono de la posteriormente llamada “princesita del pop”. Fue un éxito total en mis oídos, fue la primera canción en inglés que me aprendí de principio a fin.

¿Qué hizo el primer single mundial de Britney un himno de masas? Nos entró por los ojos: la imagen de colegiala un poco rebelde, cansada de la rutina y mostrando un poquito de piel se volvería en el tema de moda, acompañada de una muy bien lograda canción de quinceañera, que en su letra ofrecía una reclamación a la vida por la soledad frecuente que, como todo joven, afronta en algún momento de la adolescencia. Britney revivió el género Pop y fue el máximo estandarte de la juventud nacida en la década de los 90's a nivel mundial.

“…Baby one more time” subiría como la espuma en el mundo. Vimos el nacimiento de una estrella con brillo enceguecedor que parecía, a simple vista, (yo también lo pensé) que sería un simple “chicle” de moda al cual desecharíamos al dejar el sabor en la boca. Pues no. Los ciegos fuimos nosotros al crear prejuicios por su menuda figurita y timidez evidente en una industria musical donde mandaba el más fuerte y escandaloso. Ella lógicamente no se quedó atrás por la competencia y se atrevieron a la portada famosa de Rolling Stone, con el tema de colegiala de blusa abierta y acostada en una cama, que pondría en discusión si esa imagen angelical que proyectaba en sus videos y entrevistas era solo un gancho publicitario. Para nada la afectó, solo la hizo aún más popular.

El “My loliness is killing me. I must confess i still believe” sería como el ave maría de millones de jóvenes alrededor del globo que sucumbían ante las canciones de la inocente niña nacida en el estado de Lousiana. La “Britneymanía” se desataría en lo que hoy conocemos como millones de álbumes vendidos, singles #1 alrededor del mundo, giras de conciertos a reventar, portadas de revistas, videos musicales en todos los canales y hasta películas como “Crossroads”, protagonizada por ella misma.

Hoy el panorama es distinto. De la Britney que conocí y deliré por muchos años muy poco queda, difícilmente puede bailar y dejar boquiabiertos con sus movimientos como en sus épocas doradas, y, escándalo tras escándalo, volvió, en un momento de su carrera, un desastre que ni ella pudo manejar. Sigue haciendo buena música (“Femme fatale”, “Circus” y en especial “Blackout” son prueba de eso), pero prefiero recordar con nostalgia la impresión, el impacto y los buenos momentos que sentí cuando era un niño y al tener mi primer contacto con la música pop. Por eso te agradezco, Britney. 


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