Siempre que te veo se repite la misma escena: me llamas, brillas, bailas y cantas al ritmo de lo que suena. ¿No te atreves a decirme que me desprecias? Yo tampoco me atrevo, prefiero tenerte miedo.
Claro, quieres que esté a tu lado porque me quieres hacer daño. Tus actos lo demuestran, no soy ciego. Me susurras al oído, me seduces con tu silbido. ¿Ignorarte? Es un reto que me he puesto tantas veces y aún no puedo terminar de contar cuántas han sido las oportunidades en que por poco me absorbes.
No seré yo quien te despierte cada mañana, con el remordimiento solar a través de mi ventana, con mi boca empalagada con tu sabor amargo y cobarde, y mis ojos tratando de buscar un punto fijo entre la oscuridad que irradias. No seré yo quien caiga en tu truco. Quieres verme caer, quieres verme expulsar mi dolor, mi ira, mi alegría y mi silencio. Quieres llevarme a bailar a tu ritmo, haciéndome olvidar lo que tengo a mí alrededor para que me concentre en ti.